La cordobesa Cecilia Biagioli logró una nueva medalla en su brillante historial Panamericano, tras el oro en Guadalajara 2011. Obtuvo la presea plateada en Aguas Abiertas en Lima, Perú.
Al finalizar la prueba y tras cruzar la meta, más de una lágrima cayó en el rostro de una agotada Cecilia Biagioli. Estaba feliz. Muy feliz. Acababa de concluir en segundo lugar en la exigente prueba que se desarrolló en la Laguna Bujama, a 90 kilómetros de Lima, sede de los Juegos Panamericanos 2019. Una habitual mañana gris del invierno peruano se transformó en una jornada inolvidable para el deporte de Córdoba. Cecilia lo había logrado otra vez. Toda la ansiedad, los nervios y la presión acumulada después de una larga preparación se descargó en el eterno abrazo con su entrenador y hermano Claudio.
Llegó el turno de la premiación. Miró el cielo, quizás agradeciendo las fuerzas que vaya a saber de donde llegaron para soportar el asedio de las dos brasileñas que querían quedarse con todo. O tal vez, dedicándoselo a algún ser querido.
Un poco más serena, analizó lo sucedido: “Estoy muy feliz. Me sorprendió el segundo puesto; venía a pelear una medalla, pero pensaba que estaba para el tercer lugar. En las últimas dos vueltas pude mantener el ritmo de las competidoras de adelante y quedarme con la segunda posición.”
También tuvo tiempo para recordar los momentos difíciles, donde los resultados no fueron tan buenos: “En Toronto 2015 venía de todo el proceso de la maternidad y me costó mucho reinsertarme en el alto rendimiento. Pero quería revancha. Hicimos una gran preparación en la altura en Cuenca (Ecuador) y poder reflejarlo acá me da mucha satisfacción. Además, me deja con muchas ganas de seguir trabajando para Tokio, donde ojalá pueda estar para coronar una gran carrera, que me ha dado muchas alegrías. Todo lo que pude hacer y complementarlo con mi vida personal, me hace feliz”.
Obviamente que en esa vida personal, los afectos son su pilar fundamental: “Son muchas las cosas que uno deja de lado para competir; mi marido, mi hijo Joaquín, mi mamá, mi hermana y muchos más. Hay un montón de gente que pone su granito para que yo pueda estar acá. Mi hermano Claudio siempre creyó en mí y me ayuda mucho a que yo también pueda creer”.
Cecilia, con 34 años, era la nadadora de más edad de la competencia, pero tampoco fue un impedimento para lograr su mejor rendimiento: “Pasando los 30 años y siendo mamá, todo se hace más difícil, pero también tenes más experiencia. La edad es solo un número y no hay que darle tanta importancia”.
Logrando a base de esfuerzo, trabajo y superación un lugar entre los deportistas más importantes de Córdoba, no logra esconder el orgullo que eso le genera: “A veces está bueno detenerse y ver lo que uno ha alcanzado. Me gustaría dejar una pequeña huella en las aguas abiertas y reflejar que si uno quiere obtener sus sueños, puede lograrlo”, cerró, con la misma emotividad que la invadió durante todo el día.
Después, habló un rato largo con Claudio y, juntos, empezaron a hacer fuerza por Guillermo Bertola, su compañero fiel en aquellas eternas jornadas de entrenamiento, donde se forjan las grandes hazañas.