Los deportistas cordobeses cuentan en primera persona cómo es vivir encerrado y sin un futuro certero sobre su actividad.
Desde la Agencia Córdoba Deportes invitamos a nuestros deportistas a que compartan su experiencia en pleno aislamiento. Alejados de sus clubes o lugares habituales de entrenamiento así lo cuentan ellos.
En esta tercera entrega de #EnCasa volvemos a recibir una historia desde Italia, uno de los países más afectados por la pandemia de coronavirus COVID-19. Desde allí, más precisamente desde la ciudad de Trieste, Juan “Lobito” Fernández nos envía su relato en primera persona de cómo se vive en aquella región. De puño y letra, el jugador de básquet que actualmente se desempeña en Allianz Trieste habla de todo.
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Familia de deportistas, el “Lobito” es hijo de Gustavo Fernández, histórico jugador de la Liga Nacional de básquet y también hermano de Gusti, ex número 1 del mundo en tenis adaptado y actual campeón defensor de Roland Garros y Wimbledon, entre otros grandes trofeos. De ellos también habló Juan ya que todos están separados. Las preocupaciones por lo que vendrá, la mente en el presente y los resultados que dejará esta pandemia, todo en sus palabras.
Este es su relato:
Ojalá entendamos que no solo ante la crisis y ante los ojos de una enfermedad somos todos iguales, sino siempre.
Mi nombre es Juan Manuel Fernandez, vivo en la ciudad de Trieste, al noreste de Italia, con mi mujer Génesis y mis dos hijos, Elena de 4 años, y Tiago de 2. Juego al básquet profesionalmente para el Allianz Trieste, equipo que milita en la primera categoría del campeonato Italiano.
Mi mujer y mis hijos llevan ya más de un mes de cuarentena, los primeros días por elección propia ante la decisión del cierre de las escuelas por parte del gobierno, y más tarde obligados por decreto nacional. Yo hago la cuarentena con ellos desde el domingo 8 de marzo, día después del último partido de campeonato jugado (a puertas cerradas) antes que la liga decidiera la suspensión de las actividades que todavía rige.
Creo que era fines de diciembre, días antes del año nuevo si no recuerdo mal, cuando con mi mujer leímos la noticia de que un virus se estaba propagando por China y que no lo podían frenar. Lo comentamos un poco y seguimos con nuestras vidas. Un par de meses más tarde, la noticia acá en Italia fue que se había registrado el primer caso en la provincia de Lombardía.
Nuestra primera reacción fue de sorpresa, de ver que aquel problema en China del que unos meses atrás habíamos hablado tan superficialmente ahora se encontraba acá al lado nuestro. Igualmente nunca imaginamos, todavía en ese entonces, que la situación iba a llegar a lo que llegó hoy.
Por esos días empezamos a leer de gente que se expresaba en las redes sociales, publicando los típicos comentarios que escuchamos en todos lados cuando esto empezó. “Si no es más que una gripe,” “solo afecta a la gente mayor” (como si la gente mayor no importara, o como si por ello la enfermedad fuera menos peligrosa), “en un mes nadie se va a acordar de todo esto…” Lamentablemente el tiempo nos demostró que todas esas personas estaban equivocadas. En una situación como la que estamos viviendo, tan delicada, creo que las redes sociales por enésima vez nos están demostrando ser herramientas muy poderosas, para bien o para mal, dependiendo de cómo se las use.
Cuando las escuelas cerraron y las medidas de distanciamiento social y restricciones del gobierno se hicieron más severas, al mismo tiempo que la gente empezó a morir, nos dimos cuenta de la seriedad del problema.
Actualmente la situación es de total incertidumbre. En lo personal con mi mujer intentamos mantener la calma y sobretodo la paciencia que implica pasar día tras día encerrados en un apartamento no muy grande, con un balcón todavía más pequeño, con dos nenes chiquitos que requieren un considerable desgaste de energía y nuestra total atención.
Más allá que desde un principio mi objetivo principal fue y sigue siendo la salud de mi familia, mi preocupación más reciente pasa por el hecho de que con el país económicamente inmóvil, la gente está empezando a sentir la escasez de no poder trabajar, y, ya llegando a fin de mes, inician a aumentar los casos de personas que se encuentran en situaciones de dificultad.
Otra de nuestras preocupaciones más grandes pasa por el hecho de tener gran parte de nuestras familias en otros países del mundo. Mi familia en Argentina y la familia de mi mujer en Estados Unidos y Venezuela, con los cuales estamos en contacto todos los días a través de largas videollamadas. Están viviendo todo esto a la par nuestra, quizás con unas semanas de retraso con respecto a Italia, ya que nosotros fuimos uno de los primeros países afectados. Como familia numerosa desparramada por el mundo estamos acostumbrados a vernos poco, pero el solo hecho de no poder planificar cuándo nos volveremos a ver es algo que ocupa gran parte de nuestras conversaciones. Seguramente cuando eso suceda, disfrutaremos todavía más los momentos que nos toque estar juntos, porque situaciones como ésta nos hacen ver que en esta vida no hay que dar nada por sentado.
Las situaciones de total incertidumbre seguramente elevan el nivel de estrés de las personas, y sin dudas la pregunta más grande que todos nos hacemos hoy es qué nos deparará el futuro después de todo esto. La realidad es que prefiero no intentar imaginar lo que pasará para mantener una sanidad mental que día tras día se pone a prueba.
#EnCasa: así vive el aislamiento Yas Nizetich
Siguiendo por esa misma línea creo que a su vez las situaciones límite sacan a relucir lo mejor y lo peor de las personas. Durante esta situación de crisis hemos visto mucha gente cuyas actitudes dejan mucho que desear, desde opiniones desinformadas y malintencionadas en las redes sociales, hasta gestos de total egoísmo en los supermercados o los casos ya ampliamente conocidos por todos de aquellos que no respetan la cuarentena. Pero personalmente prefiero concentrarme en los actos positivos, en lo mejor de la sociedad, como aquellos que compran un carro entero de supermercado repleto con productos de primera necesidad y lo dejan en la calle para los que no tienen dinero para comer, o los restaurantes que hacen envíos de comida gratis a los hospitales para aquellas personas que trabajan hasta 16 horas al día en pos de que todos nosotros podamos volver a vivir tranquilos, o la gente que de verdad respeta la cuarentena.
No tengo idea de cómo será el futuro, pero mi anhelo es que cuando todo esto pase, la balanza se incline siempre por el lado de los gestos positivos como estos últimos que acabo de mencionar.
Creo que el deporte, en lo que respecta a mi trabajo, esta temporada en Italia no va a volver, ni siquiera el fútbol. No veo cómo se puede pensar en jugar un partido cuando están muriendo todavía entre 800 y 1000 personas por día. Creo que los esfuerzos por parte de los clubes y sus dirigencias se tendrán que centralizar desde ahora en cómo se podrá hacer para afrontar la próxima temporada de la mejor manera posible.
Para terminar, e intentando permanecer en la búsqueda del lado positivo a las cosas, ojalá esto que está sucediendo nos sirva como lección y que dentro de unos años no nos falle la memoria. Ojalá no nos olvidemos de aquel virus que desnudó todas nuestras fragilidades, de ese virus que movió los cimientos sobre los cuales vivíamos cómodamente y nos hizo replantear los verdaderos valores que gobiernan nuestras vidas: cómo la distancia reforzó los valores de la familia, la amistad y nuestros afectos, y cómo la escasez nos hizo valorar las cosas que de verdad son imprescindibles. Ojalá entendamos que no solo ante la crisis y ante los ojos de una enfermedad somos todos iguales, sino siempre. Si hay algo que todo esto me está dejando es la fortaleza mental para hacerle frente a una situación difícil y fuera de mi control, y la esperanza de una humanidad en donde predomine la solidaridad y el bienestar de todos. La esperanza es lo último que se pierde.
Por Juan Fernández